Los reinos del sur: 0 Vigilante nocturno

Esta es la primera crónica de El enigma de los dioses: Los reinos del sur. Es lo primero que tienes que leer después del Preludio. Descubrirás Un mundo de fantasía mediante las visiones de sus protagonistas, los personajes que dan vida a este universo.

Play y leemos por ti este capítulo

Estrellas heridas en el horizonte, sangre expandiéndose. La guerra no ha cicatrizado, aun puede verse el caos reflejado. La tempestad ha concluido, pero el dolor perdura. Muerte se esconde tras la espesura, muerte y victoria. Una raza ha perecido mientras la otra aumenta el paso. Pronto sabremos lo ocurrido.

Se puede observar distintas líneas de separación. La primera da inicio a la frontera. Lo que en algún tiempo fue una barrera de fuego, ahora es terreno chamuscado. Lo que separa nuestro mundo del quebrado. Metros y metros de tierra negra, compacta e inservible. Después la visión no es más acogedora. El terreno es aun más oscuro y corrompido. Grietas, barrancos, esqueletos de árboles, múltiples agujeros… Caminar por ahí sería una muerte asegurada.

El precioso mar a la luz de los focos también se puede observar desde mi posición. Olas que vienen, chocan y se alejan con una brisa que calma. Rocas que de tanto erosionarse poseen formas de futuros reyes o dioses. Este lugar atrae la paz que tanto precede al dolor.

Mi tarea consiste en vigilar durante una hora, la expansión de terreno que ilumina el faro que yo controlo. Me encuentro en la torre de vigilancia número cinco. Hay una ventana redonda que deja ver todo excepto el sur, donde se encuentra la puerta que da al pasillo, el mismo que se comunica con la fortaleza. Tengo una pantalla debajo del cristal, para poder acercar la visión de la zona. Hay una serie de botones a la derecha, uno de ellos necesita levantar una tapa para presionarlo, es el de alerta. Si distingo una figura o varias ejerciendo movimiento de las Tierras Negras hacia nuestro mundo, debo presionarlo. Entonces las siete torres de vigilancia se convertirán en torres de defensa. Cada una de ellas tendría distinto tipo de armamento para combatir, y así, no permitir la entrada de intrusos.

Me concentro en mi tarea. Allá a lo lejos, en el mundo de las sombras, en cuyos rincones se encuentran multitud de peligros… Si uno de ellos entrara aquí, si una gota consiguiera filtrarse, si un rumor sobrepasase la frontera… Adiós al ensueño que se vive, adiós al orden. Porque lo que hay aquí, si funciona, es por la seguridad ofrecida incluso en tiempos de guerra. En esta seguridad, nosotros tenemos la labor más importante y no podemos fallar. Nosotros conseguimos que lo que nadie desea, no suceda. Gracias a nosotros este mundo es lo que es.

Observo detenidamente un punto. Casi imperceptible para el ojo humano. Acerco el objetivo que se ve en la pantalla. Conecto el zoom. Veo un movimiento. Una sombra que avanza hacía aquí, con una débil luz. Esta demasiado lejana para saber que es. Contengo la respiración unos segundos. La sombra va tomando forma, aunque sigue siendo un bulto. Parece caminar con pasos cortos. Se mueve lento, pero constante. Aclaro la imagen. Se puede ver el contorno. Es una figura humana, con un candil. Tiene túnica y capucha: un ser encapuchado. Dos luces amarillas se aprecian en el lugar de los ojos. Conecto la comunicación con las demás torres.

Rasel nunca duerme! -comunico a mis compañeros- Mirad la imagen que os voy a poner en la pantalla. ¿Qué os parece?

-¡Santo cielo! ¿Qué diablos es eso?

Uno de los que acaba de ver la figura presiona el botón de alerta. Las siete torres de vigilancia cambian sus características. Ahora tienen preparadas varias miras de disparo. Son torres de defensa.

Los focos de cada una de las torres enfocan directamente el ser encapuchado, con la misma intensidad y anchura reducidas. El objetivo continúa su camino como si no pudiera ver nada de lo brillante de luz.

-¿Abrimos fuego?

Aun continuaba en las Tierras Negras, supuestamente su territorio. Tardaría horas en llegar a cruzar la frontera a ese ritmo. Hay unos segundos de tensión decisivos.

-No -respondo-, conecta el láser.

Una luz roja, poderosa y delgada cruza el largo espacio que nos separa de él. Choca contra lo que creemos que es una capucha que oculta la vida. Dentro se puede observar dos luces blancas, rebelando una inquietud profunda. Podría ser una alucinación conjunta o una cámara enemiga. Pero no hay explicación para nuestras dudas.

-Podéis disparar ya.

La delgada línea roja toma un tono más sólido. Durante un instante fugaz de tiempo, otro color más claro, mas vivo, la cruza desde el lanzador al objetivo. El láser ha sido lanzado. Pero al llegar al destino, contrariamente de lo planeado, lo traspasa y choca con el ruinoso suelo oscuro. Al contacto con la tierra, forma un resplandor colorado de varios metros a la redonda, por el calor extremo alcanzado. Pero no se pueden quemar las cenizas.

-¿Hemos fallado? -dice uno.

-Deberíamos haberle destruido al menos la cabeza. -dice otro.

Desconcierto. Es imposible haber desviado la dirección, pues el disparo ha sido perfecto, el ordenador no ofrece dudas. Incluso ha detectado la velocidad del viento y la ha neutralizado. ¿Qué puede haber ocurrido?

-Preparar los misiles. -ordeno.

La pantalla aleja el objetivo y lo encierra en una mira. Siete disparos: margen de error 0’3%. El ordenador saca sus propias cuentas. Miro a mis compañeros.

-Tres, dos, uno…

Siete misiles, proyectados a una velocidad creciente idéntica, cruzan el largo espacio en menos de 3 segundos. El resultado es polvo. Los siete han impactado en el objetivo al mismo tiempo. Una gran niebla gris se extiende a lo largo, ancho y alto de la zona, borrando la visibilidad completamente.

-¡En el sitio! -celebra uno de los compañeros.

No es así. El ordenador escribe la palabra “fallo” por segunda vez. Un pitido lo confirma indiscutiblemente.

-No estéis tan seguros -comento-. Buscad las fallas.

“Los misiles 1 y 7 han chocado con los 2 y 6, estos contra los 3 y 5, estos con el 4, y este ha recibido el impacto de los anteriores”

-¡No es posible!

El humo se levanta lentamente, a través de él no se puede ver ninguna sombra. Las luces aumentan el grosor y la potencia. No se ve aun nada. Comenzamos a ponernos nerviosos.

-¡Buscad lo que quiera que sea! ¡No podemos perderlo!

El ordenador ha perdido la señal y cuando las ondas no captan nada, no hay nada. De todas formas una interceptación en la señal predomina sobre la zona norte. Habrá que seguir buscando.

Las luces se vuelven locas buscando lo que no hay. Distintos tipos de colores, densidades y profundidades para contemplar de diferentes formas la frontera. Ni con una, ni con otra la forma se muestra. Es como si se la hubiese tragado la tierra.

-Tiene que estar destruido. -comenta uno.

-No, el impacto lo habría desplomado -contesta otro-. El cuerpo debería seguir ahí.

-En caso de destruirlo, tendrían que quedar restos.

Las luces dan vueltas por todo el territorio. Ni si quiera se paran en un mundo u otro. No han encontrado nada, ni lo harán: no pueden.

Continúa leyendo 1 Jonhy; la primera crónica, o visita el índice de Los reinos del sur,
la primera novela de la trilogía, El enigma de los dioses.

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