Miro a través de la ventana. No puedo ver nada. El cristal es de un gris oscuro, que no permite ver el exterior. Nos tienen encerrados como animales, pero lo justifican con educación. Está muy bien aprender, pero también deberían mostrarnos el exterior. No creo que sea tan horrible como lo pintan.
Ahora entra uno de los maestros del arte. En sus clases nos habla de todo lo relacionado con nuestro futuro y como utilizar la tecnología.
-Quería hablaros, antes que nada, de lo que tenéis delante, vuestra primera decisión importante. De ella dependerá el resto de vuestra vida…
-Ya está con uno de esos discursos. ¡Que rollazo! -mi compañero ya empieza a impacientarse.
Su nombre es Quinn. Con él comparto los últimos años; en realidad, desde que mi memoria recuerda. Últimamente se junta con Kerwin, Ryan y Kart, ellos son los que les han metido esas ideas en la cabeza. Pronto se le pasará, supongo.
-No Quinn -contexto yo-, esto no es un sermón más. Creo que deberíamos prestar atención.
-¿Por qué? -contesta de un sobresalto- ¿Es qué piensas ir a uno de esos aprendizajes roba-vidas?
El maestro del arte nos observa un instante, alcanzando a detener la conversación que llegaba a un punto comprometido.
-Hay tres opciones -retorna la charla alzando la voz-: cultura general, sabiduría mental y código del honor. En cultura general se enseña la historia de nuestro pueblo. Desde la primera edad a nuestros tiempos. Con esta opción podréis llegar a ser cualquier cosa que deseéis, eligiendo después la rama correspondiente. En sabiduría mental se enseña a ser grandes pensadores, los verdaderos líderes de este mundo. Para ello se requiere grandes dotes de inteligencia y ganas de ponerlas en práctica. Y por último código del honor. En una palabra: guerreros. Es la más fácil de aprender y a su vez la mas comprometida. Pasaréis toda vuestra vida en las ciudades frontera, donde el peligro acecha.
-¡Va! -susurra Quinn a mi lado- ¿A quién le interesa estás cosas.
El maestro del arte vuelve a mirarnos; pero como antes vuelve a alzar la voz:
-Este es vuestro último año en este centro de aprendizaje. Cumpliréis la minoría de edad y se encaminará vuestro futuro. Pensarlo bien.
-¿Y no vas ha hablar de la fiesta? -pregunta Ronny una fila mas atrás.
-Sí, por supuesto. El último día, para despediros se os concederá el privilegio de visitar al rey Darío, para informarle de vuestros objetivos. En el Castillo Real se celebrará la fiesta, que os consagrará como personas afortunadas; puesto que todos sois sus hijos, tenéis ese derecho concebido.
Quinn parece aturdido, encerrado en sus propios pensamientos. Cuando reacciona muestra interés por la explicación durante algún tiempo.
El maestro del arte parece sonreír al efectuar el próximo comentario:
-Esto ocurrirá en la ciudad de Frangul y seréis acompañados por otra clase de otro centro…
Un extraño murmullo afecta a toda la clase excepto a Quinn que me mira de reojo. De pronto salta del sitio y grita:
-¿De Zais?
-No, de Elfas -responde el maestro del arte-, serán niñas quienes os acompañen.
Con esa palabra campanas de muerte retumban en mi cabeza. Y no solo en la mía, en la del resto también, porque todos se paralizan tanto que no se atreven a respirar.
Lo que ocurre es que no habíamos visto ninguna nunca, pero si habíamos oído que partes de nuestro cuerpo son diferentes. Y eso solo quiere decir una cosa: malformaciones humanas, vamos… ¡Gull’s!
Entonces tocó el timbre. ¡Por fin acabaron las clases! Tras una mañana cargada de información, llega el deseado descanso. La mayoría de mis compañeros suelen pasar este tiempo relajándose en la sala de descanso, en la biblioteca o en el patio, donde decido ir esta vez. Allí me esperan Quinn, Kart, Lucky, Kerwin y Erick.
El patio es un gran parque dentro del centro de Priedni. Es el único lugar desde donde podemos ver el cielo. Justo en el centro hay una fuente con un dios dibujado en piedra: Darío, el padre del presente rey. Un chorro de brillante líquido escapa de sus ojos. Significa que está ciego mientras la oscuridad no cubre. Cuando esta aparece, sus ojos dejan de derramar ceguera para encender la luz que protege al mundo. Hay una inscripción que dice así: “Darío: dios de la noche”.
-¿Qué piensas hacer tú, Jonhy? -pregunta Quinn.
-¿Cómo? -digo sin saber a que se refiere la pregunta.
-Estamos hablando de las opciones que nos ha dado el maestro del arte.
Me quedo pensativo durante unos instantes.
-Todavía me lo tengo que pensar. Estoy dudando entre sabiduría mental y cultura general.
-¿Lo veis chicos? -habla Quinn– No lo piensa hacer.
Los observo y sus miradas parecen juzgarme. Kart agacha la mirada y suelta una carcajada. Lucky se extraña al igual que Erick.
-¡Explicaos! -digo totalmente serio.
Quinn se acerca a mí, me agarra del hombro y me dice señalando:
-Mira al cielo, por encima de la cúpula.
La cúpula es una barrera transparente que no deja pasar el aire tal y como viene del exterior, sino que lo purifica para que nuestros pulmones puedan respirarlo sin dificultades. Un sistema parecido al que hay en las ventanas, solo que este permite ver el exterior. Tiene una forma redondeada, distinguible, a penas, por los reflejos del sol
-¿Qué ves?
Hay un cielo azul cubierto por nubes blancas que forman dibujos. Un sol medio escondido da señales de existencia intermitentemente. Sólo podemos verlo un par de horas al día, luego se esconde detrás de los muros del centro, y después desaparece completamente dejando un manto negro de estrellas grabadas.
-¿Qué quieres que vea? -le pregunto.
-Que este cielo sigue siendo el mismo cuando cae la noche y la oscuridad lo cubre. Se llena de estrellas y puede que la oscuridad no sea tan absoluta, pero existe y quiero verla. Quiero escapar de esta cárcel y entrar en el laberinto del mundo. No quiero más clases de aprendizaje, ni cúpulas que me protejan. Voy a ir a los suburbios y voy a renunciar a este paraíso, porque si es entre cuatro paredes no lo quiero.
-Así pensamos todos -le apoya Kart-. ¿Para qué nos hablan de especies nuevas, de reinos distintos o de lugares extraños, si de aquí no nos dejan salir?
-Tenéis razón, pero… -entro en conversación- ¿Qué pretendéis?
-Aun no podemos adelantar nada -dice Kerwin-, pero esta noche lo sabréis… ¡Venid a las doce a la sala de insomnio!