Todo comenzó con un brote de vida. Las células se multiplicaron y los primeros seres vivos comenzaron una cadena que duraría eternamente. Las especies evolucionaron, sobreviviendo a las dificultades de la naturaleza. Muchos murieron, hasta que las nuevas generaciones consiguieron adaptarse perfectamente a nuestro ecosistema. Después de un tiempo la belleza floreció, convirtiendo un mundo inmutable y monótono en un paraíso lleno de sorpresas. Por fin, podíamos sentirnos orgullos de nuestra obra.
Las mariposas volaban sin agitar el aire. Los pájaros no producían sonido alguno al cantar. Los animales terrestres eran mansos. La perfección continuaba como siempre. Era emocionante observar, comprender que estábamos regalando vida a este planeta desierto.
Nosotros, siete seres celestiales, fuimos creados a imagen y semejanza de la única esencia divina que coexiste con el mundo de ensueño: el Supremo. Fuimos dotados de la habilidad de crear y nuestra obra fue un regalo de nuestro Señor que compartíamos con su supervisión. Entre los Siete, dimos forma a todas las especies, las nombramos y marcamos su línea de evolución. Descubrimos que la perfección de esos seres constaba de fuertes intuiciones, pero que jamás podrían pensar y decidir como nosotros. Para dar emoción al proyecto, creamos una nueva especie a nuestra imagen y semejanza: el hombre. Estos seres, al tener envoltura corporea, necesitaban evolucionar su cuerpo a la par que su mente. El equilibrio no fue posible por lo que compensamos disminuyendo sus conexiones cerebrales. A pesar de eso mantenían su perfección, pero comenzaron a plantearse dudas existenciales. Entonces, algunos de nosotros sentimos deseos de responder a sus preguntas y bajamos, interviniendo así en el escenario que sólo teníamos permiso para observar. El Supremo, al comprender lo que ocurría, lanzó una advertencia: «El movimiento leve de átomos, puede producir un cambio brusco en los acontecimientos.»
Bueno, ciertamente no era de preocupar. Las mariposas al volar, agitaron el aire. Los pájaros al cantar, producían un sonido suave. Y los animales terrestres al correr, levantaban el polvo produciendo humaredas. La perfección quedó levemente perturbada, pero el asunto no acarreó mayor gravedad.
El tiempo transcurrió sobre el ecosistema, aumentando el movimiento de átomos, de forma que sí llegó a ser un problema. Una pequeña imperfección crecía, día a día. La lluvia que caía a intervalos regulares, regando las plantas en su justa medida, comenzó a descontrolarse. No podíamos permitir que esto fuera a más porque en el futuro podrían desencadenarse sequías y fuertes tormentas que arruinarían cosechas enteras. Los hombres, al ver disminuida su ración de comida, buscarían métodos para obtener más y uno de ellos sería la caza de animales, interviniendo notablemente en la cadena alimenticia de las especies. Sería un total descontrol que acabaría en desastre.
Viendo esto, nos reunimos. Estuvimos horas debatiendo hasta dar con una solución: mandar a las especies que provocaban la imperfección a una isla, en el otro extremo del mundo. Así lo hicimos. Creamos una colonia imperfecta en vuestro continente, con perros, caballos, cuervos… demás animales y por supuesto hombres. Sí, así fue como comenzasteis vuestra existencia. Borramos todos vuestros recuerdos del ecosistema y perdisteis la perfección. De esta forma las especies que provocaban la imperfección quedaron aisladas y nosotros contamos con un escenario en el que sí podíamos intervenir.
La colonia se convirtió en el basurero donde arrojábamos los imperfectos. Tan grave se volvió la situación que ya no reconocíamos nuestra obra. Las diferencias entrañadas entre vosotros y el modelo que creamos, fueron exageradas. Nacéis con defectos, crecéis desarrollando cualidades degeneradas como la codicia, el egoísmo y el miedo, y morís a los años. Perdisteis totalmente la perfección, tanto que os comenzamos a ver como monstruos. Algo parecido ocurrió con el resto de animales, pero nosotros sentimos compasión por vosotros, que sois la única especie con voluntad propia. Decidimos no abandonaros.
Os estuvimos observando un tiempo, vimos el conflicto que surgía entre vosotros y antes de que estallara decidimos actuar. Aparecimos desde el oceano para mostrar la luz que debe dar sentido a vuestra vida. Os entregamos la esperanza de regresar al ecosistema del que fuisteis expulsados. Se trata de un paraíso donde ni la muerte, ni el dolor, ni la imperfección os perturbará. Pero para ello debemos asegurarnos que vuestra incorporación nos aportará beneficios. Ahora, nuevos acontecimientos han ocurrido y los requisitos han cambiado. No deseamos discípulos que nos sigan ciegamente. Queremos que la voluntad nazca de vosotros. Será una dura prueba que descodificará los entramados de vuestros corazones y conducirá a un solo grupo a la salvación. Porque cada dios aportará un Hijo que se instalará en el trono, reconduciendo el rumbo perdido de los hombres. Siete faros en las oscuridad sellan su destino en este libro. Descubrir el mensaje de cada dios y proceded en consecuencia. Si elegís bien, resolveréis el enigma planteado y las puertas del océano se abrirán. Será un puente para los elegidos.