100 Helen

-¡Nooo! -grito desesperada al ver inerte el cuerpo de mi amigo- ¡Kerwin no!

Su rostro está bañando en sangre…

-Aún no está muerto. Pero pronto lo estará. El virus le ha atacado de nuevo, y esta vez ha sido demasiado fuerte para que sobreviva.

Agacho la cabeza resignada. No puede ser. ¿Cuántos muertos llevamos ya? Y la cifra no para de aumentar. Parece claro que el único destino que tenemos es la muerte.

-No perdamos tiempo -ordena Ariel-. Kerwin antes de desfallecer nos dijo que formáramos una barricada en media hora, sobre la cruz que ha trazado.

-No servirá de nada…

-¡Es igual! Él se ha jugado la vida por encontrar este punto y darnos está instrucción, y lo vamos a hacer. Ya veremos que ocurre después.

-Sí pero, no sabemos todo lo que tenemos que hacer. Perdió el conocimiento intentando decir algo más.

Entonces Ariel ya se aleja buscando material para formar la barricada.

-Pero… -murmuro y pregunto con una voz temblorosa- ¿qué hacemos con Kerwin?

-¡No os entretengáis más! Dejarlo tumbado en el suelo y cuando acabemos el trabajo entonces recogerlo.

Finalmente todos acabamos moviéndonos para crear la barricada. Utilizamos piedras, ramas y cualquier objeto encontrado en los lindes del camino. Al cabo de media hora, la barricada fabricada tiene la altura de metro y medio.

-¿Creéis que será suficiente? -pregunta Lumi.

-No sé lo que tenía pensando Kerwin, pero creo que no está mal -responde Ariel, que ha tomado el liderazgo del grupo-. Ahora ya podéis recogerlo y apartarlo del camino. Veremos a ver que ocurre.

Así lo hacemos, pero mientras nos alejamos observamos como desde la lejanía se aproxima un vehículo del mundo privilegiado.

-¡Esconderos! -grita Lumi– ¡No dejéis que os vean!

Nos apresuramos a situarnos detrás de un desnivel. Seguimos observando desde lejos como la nave sigue su recorrido habitual y colisiona contra la barricada, volcándose inmediatamente.

-¿Qué? -todos nos quedamos sorprendidos.

Esperamos un tiempo prudencial, hasta entender que ningún soldado se encontraba a bordo.

-¿Esto era lo que pretendía Kerwin? -se extraña Lumi– ¿Para qué?

-¡Averigüémoslo! -la voz firme de Ariel no deja dudas.

Yo me quedo intentando reanimar a Kerwin. Su rostro es una mueca contraída de dolor. ¿Cuánto debió sufrir antes de perder el conocimiento? Le doy golpecitos en el moflete para que reaccione. De pronto, vuelve en sí, pero lo hace con un brutal ataque. Su cuerpo entero se tambalea en mis brazos.

-¡Ayudarme! ¡Le ha dado otro ataque!

Ariel y Lumi llegan corriendo con un maletín de metal, lo abren y dentro se encuentran unas cápsulas transparentes con un líquido dentro.

-¡Agarrarle la cabeza!

Así lo hacemos. Una vez lo mantenemos inmóvil, Ariel le deja caer el líquido de la cápsula sobre la boca y le tapa la nariz para que respire por la boca, tragándoselo.

-Pero… ¿qué le estás dando?

-Creo que se trata del antídoto contra el virus.

Continúa leyendo 101 Evangelio de Llewin; la primera crónica, o visita el índice de Los reinos del sur,
la primera novela de la trilogía, El enigma de los dioses.
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