En el pasillo me esperan mis compañeros impacientes.
-¿Qué te ha dicho?
-Nada -respondo intentando no descubrir mis asuntos-. Sólo un poco más de sermón.
-Siempre están igual. Nos imponen unas reglas y nos presionan para cumplirlas. ¡Ojalá estuviéramos fuera de este maldito lugar como Kerwin!
Un silencio atronador desgarra nuestras entrañas. Kerwin es el único que ha conseguido escapar. Sin embargo, en estos momentos, parece mas una tragedia que una bendición. Si es cierto lo que nuestros superiores afirman, un virus mortal acecha el continente y nuestro amigo se ha ido al alcance de sus garras. El silencio delata que mis temores son compartidos.
Bajamos por el ascensor al entresuelo, mientras proseguimos conversando. Una vez abajo, cuando decidimos dispersarnos, una afirmación me hace dudar:
-Entonces… ¿nos vemos todos en clase?
Al tratar la situación con naturalidad, no he caído en que ya no iré con ellos a las clases. Un dilema se plantea dentro de mí: ¿cómo corrijo el error?
-Me temo que yo ya no podré ir.
Todos se giran hacia mí sobresaltados.
-¿Qué ha ocurrido?
-Piensan que la idea de la rebelión fue mía y han decidido controlarme estrictamente. Me han otorgado un maestro particular y me vigilarán mientras esté con vosotros.
-¡Malditos dictadores!
La tensión aumenta, al ritmo que la rabia contenida. Tal vez no halla sido una buena idea.
-Tranquilos. Ya sabéis que me gusta estudiar. Aprovecharé este tiempo para adelantarme todo lo posible. El año que viene ya no estaremos aquí: un mundo nuevo se abre ante nosotros. ¡Tratemos de sacarle partido!
Aunque con estos comentarios lo que consigo es unirlos en críticas hacia mí, ya que ninguno es partidario de estudiar, pienso que esta reacción es preferible a ponerlos de uñas de nuevo contra la autoridad, con lo que la idea de otra posible rebelión desaparece.
Una vez se marchan cuchicheando entre ellos, confirmando así el éxito de mis intenciones, suspiro aliviado.