El chillido desgarrador de la puerta oxidada de la mazmorra, me avisa de la llegada de mi secuestrador. Un ser encapuchado, sin forma ni vitalidad, me acerca un cuenco de agua a los labios.
– Bebe… Simón.
Su voz es un susurro tenebroso procedente del interior del espectro. Su presencia hiela el ambiente. Un feroz terror me desgarra las entrañas. Sus manos son… ¡transparentes!
El líquido resbala por mi cuello y empapa mi ropa, cuando dejo de tragar, sorprendido por el hallazgo. Lucho por liberarme de las cadenas que me oprimen. ¡Es imposible! Permaneceré aquí hasta que ese duende del infierno creé oportuno.
– No te resistas -pronuncia con un tétrico sonido siseante- tu destino está sellado.
Una vez recobro la serenidad pienso en todo lo ocurrido. Su sombría presencia la vi en pesadillas, como me buscaba incansable. Nuestras mentes, extrañamente conectadas, se atraían inevitablemente, como ya advertí con el sudor chorreando por mi sien. Ahora me encuentro a su merced, como un suceso escrito con antelación en el pergamino del tiempo. Debía ocurrir y hasta el subconsciente lo intuía. ¿Qué planes divinos realizará este ser?
– ¿Por qué me has capturado? ¿Por qué me retienes? -grito desesperado.
La sombra encapuchada aleja su escalofriante presencia de mis sentidos. Se aproxima a la entrada de la prisión, pero antes de desaparecer gira su fantasmagórico rostro mostrando las cuencas de sus ojos iluminadas.
– El futuro nos aborda…
Intento mostrar mi desconcierto ante la frase pronunciada, pero instantes después el chirriante sonido de la vieja puerta ahoga cualquier pregunta que pudiera formular, dejándome de nuevo solo frente al eterno silencio cargado de dudas.