Me llevan por unos pasillos, y por otro ascensor, a otro nivel del subsuelo. Una vez allí, me piden que me desnude y me introduzca en una camilla. Así lo hago enseguida. Después me explican que me van a suministrar un alcaloide para dormirme mientras dure la operación. En unos minutos los párpados comienzan a pesarme. La camilla donde estoy tumbado es introducida en una máquina llena de luces que parpadean mientras se difuminan…
Todo se vuelve oscuro y me veo flotando en medio de la nada. Mis recuerdos permanecen intactos, pero hay otros a los que no puedo acceder. Se encuentran en pozos hundidos en el espacio. En ellos el conocimiento de pasadas experiencias abunda. Deseo volar hacia allí para extraer los datos que puedan dar claridad a mi ceguera, pero algo me agarra. Se trata de una mano protectora, de una barrera que me mantiene a salvo, ya que adquirir esos conocimientos supondría un deterioro para la mente excesivo porque sólo está preparada para mis propias experiencias. La curiosidad me azota, me obliga a arrancarme la mano y proseguir el viaje hacia mi destrucción. Doy gracias de que me obligue a detenerme. Aunque otros estén cayendo al descubrir verdades ocultas, su conocimiento seguirá anclado a los sueños para ser transmitidos a su debido tiempo. Conocerlos y perecer no serviría de nada.
La rueda de la distorsión del destino ha sido desatada. Los pedazos esparcidos se acumulan aquí y allá, dispuestos para ser comprobados y dar sentido a este caos; pero alcanzarlos supondría un gran peligro; por eso el ángel protector, que es el efecto del antídoto, me mantiene a este lado del límite; donde puedo observar el conocimiento dispuesto para mí, pero no alargar la mano y servirme de él. La angustia me acecha al saberlo, la paz de mis sentidos es tan inquieta como un remolino en mis entrañas. Debo aprender a controlar mis deseos si deseo sobrevivir cuando me libere de las cadenas y los excesivos datos se suspendan ante mí. La penumbra será mejor que morir en la claridad… Mas acertijos en las sombra.