Al llegar al pueblo comentamos lo sucedido a los más mayores para tomar una decisión. La situación es muy preocupante, sólo hemos podido traer una cuarta parte de la comida y además, un virus avanza desde el noroeste amenazando con destruirnos a todos. Ya estábamos preocupados con los síntomas de algunos de los nuestros, y ahora que el presagio del fin del mundo ha llegado a nuestros oídos, el terror nos domina al intuir que estas desgracias irán a mas.
El caos reina en el pueblo. Muchos exigen que hablemos con los soldados, aunque la mayoría los tomen como enemigos, son hombres al igual que nosotros y serán azotados por la misma plaga. Sin embargo otros dicen que sería un error. Los soldados se presentaron ante nosotros para preguntarnos por un ser encapuchado, no para advertirnos de la infección que sufrimos, y sin embargo llegaron con mascarillas conscientes de la situación. No se merecen el placer de vernos hundirnos en la miseria mientras nos observan con científicos locos y emprenden medidas exclusivamente para salvarse ellos. Otros tantos piensan que deberíamos partir al sureste para salvar nuestras vidas. Sea como sea, lo único que hacemos es discutir y ninguna solución parece la correcta.
En medio del alboroto recordamos a los heridos. Decidimos ir a hablar con ellos antes de hacer nada. Ya deberían estar despiertos, se hace la hora de la cena y no pueden estar todo el día sin comer nada. Han recibido cuidados durante toda la tarde, pero ninguno ha dado síntomas de despertarse. Tal vez sea la hora de intentarlo nosotros. También necesitamos respuestas para profundizar en alguna posible salida.
Otro asunto a tener en cuenta es la escasez de alimentos. Contamos con la comida para una semana, tal vez dos si se raciona bien, pero nos tememos que esta crisis puede durar meses y deberíamos estar mejor abastecidos. Lo más probable es que decidan partir mañana hacia la granja del sur, en busca de mejor suerte.