44 Helen

La tarde avanza por el horizonte. El radiante sol ha fulminado las nubes de un cielo estampado de luz, pero no consigue mitigar aquellas que se encuentran en nuestro interior amenazantes de tempestad. La paz ha regresado a nosotros, su silencio nos oprime el alma saturada de temores, ya que se trata de una tensa calma que pronto estallará en horror. La sensación que nos ahoga, la que todos notamos pero ninguno es capaz de declarar, es la de estar expuestos ante unas tinieblas que avanzan, que nos envuelven día a día en un mundo cada vez más catastrófico. Lo más angustioso de todo, lo que nos mata antes de enfrentarnos al peligro, es encontrarnos frente a un mal invisible, que nos ataca desde dentro de nosotros mismos robándonos el juicio y exponiéndonos junto a los más ardientes deseos, donde un instante de debilidad nos condena al abismo. No hay tregua para alivio de nuestros sentidos, nuestra voluntad es sometida constantemente y muchos se encuentran rozando la inevitable muerte.

La claridad es fatal. Mis pensamientos no aguardan inquietos el cese de las oleadas de conocimiento. Trato de disipar las inquietudes, que el frágil hilo que sostiene la cordura no quiebre a través del único deseo desatado de buscar respuestas a las preguntas que me infringieron la más dolorosa de las heridas. Pero… mi aguante cede y el conocimiento vibra, resuena en mi sien como si se tratase de los latidos de un corazón enloquecido atronando en el silencio de mi frágil barrera. La aureola de la verdad es de un transparente cegador. Las imágenes suceden, las voces resuenan: la muerte merodea. Eslabones de hierro negro en las profundidades de las mazmorras… De nuevo me encuentro frente a ilusiones cristalinas compartidas por todos los condenados. Un número que avanza alarmantemente. Eslabones que forman cadenas, que retienen a un prisionero en la celda… ¡Simón! ¡Lo he visto! Se encuentra de pie, con los brazos extendidos, encadenado de pie y manos. Su cabeza cae hacia delante, los mechones ocultan su cara. Viste las mismas ropas que cuando…

-¡Basta! -grito para mí.

Me llevo las manos a la frente, donde noto una tremenda punzada de dolor. La sangre comienza a chorrearme formando un gran charco en el suelo, donde caigo desfallecida.

Continúa leyendo 45 Jonhy; la primera crónica, o visita el índice de Los reinos del sur,
la primera novela de la trilogía, El enigma de los dioses.
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