36 Kerwin

La libertad ha irrumpido en nuestros cuerpos como un terrible sol, hermoso y abrasador. La luz nos permite ver en la oscuridad tanto belleza como horror. La faz del mundo ante esta nueva visión es, cuanto menos, inquietante. La luna se alza majestuosa, brillante en su horizonte de dolor, cubierta por un manto rojizo de la sangre evaporada: la muerte conquistada. Burla y a la vez presagio de lo que sucederá en nuestras fronteras. La mortal amenaza es un virus provocado que avanza sin piedad, destruyendo la voluntad y la esperanza de cientos de corazones, desquiciando mentes en su perverso afán de destrucción. Ni el más osado demonio podría extender así su sello, despojando la vida después de procurar una vil tortura. Pero este ser no pretende desquiciarnos, ni siquiera destruirnos. Su anhelo radica en algo inalcanzable incluso para él. Su mente oscila, entre la locura y la realidad, desde la primera edad, desde el mismo día en que fuimos divididos mentalmente por los siete dioses, buscando vehemente un secreto enterrado por los mismos dioses. Nos ha enviado esta catástrofe sobre nuestros dominios para distorsionar el destino y poder así buscar entre los escombros. Se tata de un asunto vital, que nos incumbe a todos, pero ante este caos que está provocando, sólo podremos odiarlo. Su mente calculadora sabrá, sin duda, el resentimiento que nos causará esta tortuosa tempestad que nos está infringiendo. Si aun así sigue adelante, arruinando la vida en todo el continente, arrojando pestes sobre su reputación, es porque el precio que que está dispuesto a pagar es incalculable. Incluso ha convocado un ser del Hades, condenado a vagar eternamente, para ser su sombra y poder cumplir sus planes allá donde los hilos, del dominio de su enorme poder, no logran llegar. ¡Demasiado ha apostado! Ya sólo nos queda llorar y cerrar los ojos para no ver el horroroso desenlace.

Las puertas se abren en mi mente, mostrándome cada pensamiento que deseo desentrañar. La poderosa verdad desquicia mi mente, permitiéndome entrever perversas maquinaciones que ningún ser humano debería saber. Mi cuerpo se desquicia, contrayendo nervios e hinchando las venas. La sangre resbala desde mi nariz, orejas y ojos evidenciando la debilidad a la que estoy expuesto. Debo resistirme a la curiosidad si deseo continuar viviendo. El dolor ya se ha manifestado incluso en mi subconsciente. Consigo resistir y mi cuerpo se relaja a malas penas, al tiempo que una mujer me socorre mientras me llevan en un carro su pueblo.

Continúa leyendo 37 Jonhy; la primera crónica, o visita el índice de Los reinos del sur,
la primera novela de la trilogía, El enigma de los dioses.
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