Nos adentramos prudentemente por las galerías subterráneas. Los láseres, cuentan con una pequeña luz roja, con la que podemos iluminar el camino. Los pasadizos se encuentran completamente desnudos.
-No dejéis de apuntar -comento intentando disimular el terror que me domina-, en todas direcciones.
A las horas comenzamos a escuchar ruidos por todas partes, tantos que aplacan el sonido del viento filtrándose por los huecos. Las tropas de Goor avanzan en primer lugar, descubriendo un camino completamente despejado. Nosotros, guardamos sus espaldas. Los cientos de pasadizos podrían traer enemigos en cualquier dirección.
-¡Ah! -escuchamos delante- ¡Ayudarnos!
Corremos hacia ellos, para ver que ocurre. Antes de alcanzarlos, una red nos levanta del suelo.
-¡Una trampa! -grito al sentirla.
Pero es demasiado tarde y mis soldados son capturados por sorpresa. Los hombres de Dick corren la misma suerte metros atrás. Nadie consigue librarse.
-¿Esto qué es? -murmuro al sentir la red apretándome las extremidades.
Tratamos de soltarnos, pero es imposible: las trampas están bien formadas. Ni con la ayuda de las espadas, la red puede quebrarse.
Cuando dejamos de lamentarnos, el silencio envuelve las galerías. Entonces una voz silbante suena claramente:
-Pensabais acabar con nosotros -una escalofriante risa acompaña la frase-. Ahora yacéis a nuestra merced y lamentaréis haber internado en nuestros dominios.