El camino por el que he conducido el carruaje de los hombres se vuelve más tortuoso que nunca. Mis caballos están cansados y pronto se pararán a recobrar el aliento. La noche empieza a envolver en las sombras la poca luz que aguanta. Es hora de descansar.
Una extraña luz agita el horizonte tras nosotros. Son las llamas de la muerte, consumiendo el camino que hemos dejado atrás. Los caballos, uno blanco y otro negro, se vuelven incontrolables, intuyendo el terrible peligro que les aguarda. Vuelven a galopar, aumentado el ritmo. Se trata de la división de fuerzas que tiran del rumbo de los acontecimientos. El caballo negro quiere atravesar el campo, saliéndose del camino, para continuar en línea recta. Por contra, el caballo blanco tiene la vista fija en la senda. El choque de voluntades es inminente.
No hay tregua para el conflicto que amenaza con derribar la diligencia. Si esto ocurriera, las llamas la alcanzarían, destruyendo cualquier vestigio de esperanza.
Los caballos se separan, provocando un fuerte impacto sobre el carruaje y volcándolo. Yo, el único guía de las dos bestias, caigo, mientras las llamas se aproximan. Desde el suelo levanto la vista: el caballo negro ha tirado con mayor potencia y el blanco es arrastrado, junto con los restos. Las fuerzas oscuras han cumplido sus deseos. A partir de ahora les espera una encarnizada lucha contra su destino. Rezo para que les vaya bien.
estupenda lectura, este pequeño parrafo me ha encantado!