El camino hacia los dominios del conde se desarrolla sin contratiempos, pero una vez llegamos a las Montañas Elfas debemos extremar la atención. Sabemos que patrullas de caballeros se aproximan desde el norte. Hacemos una parada en las faldas de la cordillera, donde la erosión forma pequeñas cuevas. Aviso a Helen, Efrén y Lumi para reunirme en privado con ellos. Ascendemos por una senda a la cima de la montaña. La imagen panoramica del Reino de Pode nos sorprende con centenares de campamentos de la caballería. Además, varias patrullas rastrean las tierras.
-¿Cómo vamos a hacer para rescatar a Ariel y su grupo? -pregunto a mis amigos para que me ayuden con el dilema.
-Utilicemos la técnica de la lucidez… No vemos ningún medio efectivo.
Los cuatro nos acercamos, cerramos los ojos y nos damos la mano. Pensamos en la forma de salvar a los aliados. Imágenes difusas empiezan a girar en mi cabeza. Cuando consigo entrever algo, se trata de mi propio cuerpo presentándose a las puertas del conde. Tengo que contar el motivo de por qué luchamos y para que me crean, tengo que revelar una verdad que pueda materializarse. Entonces la figura del encapuchado persiguiéndonos regresa a mis temores…
-De acuerdo, tengo que presentarme yo solo como líder del movimiento… -susurro para compartir la información adquirida- ¿Pero dónde debéis permanecer para no correr peligro?
Destellos fugaces saturan la visión. Al aclararse, los ojos iluminados del encapuchado se encienden en la noche. Me persigue a mí, desea acabar con los Mártires del oráculo y para ello con eliminar a su líder bastará para cumplir su misión. Por eso, si me separo del grupo, ellos sólo deberían preocuparse de los caballeros y no del esbirro del emperador. Con no acercarse demasiado será suficiente.
-¡Ya sabemos que tenemos que hacer!