Me levanto antes que los demás para ayudar a preparar la comida a la anciana. Las reservas del silo son escasas. Pronto tendremos que salir a buscar más.
-¿Entonces en el pueblo no queda nadie más?
-Sí quedan -me responde-. Pero están escondidos. No desean que los vean agonizar y mucho menos perder la cordura.
-Pero… ¿sabéis donde encontrarlos? Necesitamos toda la ayuda posible.
Me mira triste.
-¿Crees que merece la pena alargar la vida en estas circunstancias?
-El gobierno ha tenido en su mano salvarnos y no lo ha hecho. No podemos rendirnos tan fácilmente. Deben saber que hemos sobrevivido y estamos muy enfadados.
-¿Y de qué servirá? Este mundo está condenado a la destrucción. Lo hemos visto en las visiones.
-¿Qué habéis visto? -pregunto intrigada.
-Las profecías, el cumplimiento de El enigma de los dioses. Todo está escrito y todo sucederá como fue profetizado por los dioses. No hay nada que podamos hacer para cambiarlo.
-Pero eso no es así. El virus es la prueba evidente de que el destino se puede cambiar…
-No ha sido cambiado sino adelantado. Nos encontramos en el fin del mundo. La corriente del tiempo avanza sin piedad…
-¡Pero igual que ha sido adelantado, se puede atrasar… y cambiar! Podemos intentarlo…
Un segundo de tensión vence sus reservas.
-Está bien os ayudaremos. Siempre será mejor que no hacer nada.