La bestia se aproxima a la pareja de ancianos dispuesto a saborear carne más sabrosa que la utilizada para distraerlo. Gruñe, enfurecido, dispuesto a lanzarse sobre ellos. No podemos permitirlo. Son los únicos habitantes que hemos encontrado con vida desde nuestra partida del pueblo.
-¡Eh! ¡Aquí! -gritamos, sin lograr llamar su atención.
Ariel coge una piedra del suelo y se la lanza, golpeándolo en un costado. No parece provocarle ningún daño pero basta para que gire la cabeza y centre su atención en nosotros.
-Esto no son espadas para pensar que cuando nos ataque esa cosa podamos tumbarlo… -comenta Lumi temeroso.
-Creo que deberíamos pensar algo rápido… -propone Helen.
El imponente lobo da unos pasos hacia nosotros, muy despacio, calculando la distancia entre él y sus presas. No hay nada que pueda hacer dudar el éxito de su cacería. El tiempo se detiene. La angustia nos domina.
-Que sea Lumi el cebo.
-¿Qué? ¡No, eso no!
Pero ya es demasiado tarde y nos escondemos detrás de la caseta donde empieza el silo.
-Huye hacia dentro cuando se acerque más.
Así lo hace pero antes de lo planeado. Sin embargo, el lobo cae en la trampa y lo persigue a gran velocidad hacia el interior. Justo cuando va a cruzar la entrada lo golpeamos con un rastrillo y dos picos, desde ambos lados.
-¡Ahhh! -el grito de dolor de nuestro amigo es escalofriante.
La bestia sufre heridas desgarradoras, pero ha enganchado el trasero de Lumi y retuerce sus dientes sobre él. Nosotros repetimos los golpes, esta vez sobre sobre el cráneo. Tardamos varios minutos en herir de gravedad a la fiera, que suelta la carne e intenta una huida desesperada. Entonces el anciano le golpea entre los ojos con una gran piedra y el lobo pierde el conocimiento.
-Bien. Esta noche cenaremos carne de lobo. Os invito a que nos acompañéis, chicos.