El calor se disipa con el cambio de estaciones. Tras un verano trágico, un desolador otoño, y ahora, un catastrófico invierno. El frío y el miedo arrancan cualquier vestigio de esperanza. Ya ni posibles curas podrían arreglar este caos. Nuestro pueblo ha sido arruinado y muchos aldeanos han caído víctimas del virus, mientras otros son arrastrados a una persecución con la promesa de una recompensa que jamás se entregará. La paz nos ha devorado, con un silencio que alcanza las entrañas, porque no hay una gota de fuerzas al observar tantas muertes y tanto misterio que las envuelve. El mensaje que parcialmente transmite, sólo podrá ser de ayuda en un mundo apocalíptico, en el que nadie desea sobrevivir.
-Otro más -me comentan con la mirada perdida.
Sí, otro más ahora, y otro más en un rato, y así a cada momento en una rueda sangrienta, imparable. Ni los pocos sabios que quedan saben que decir. Todos rezamos por un final poco agonizante y digno. La ayuda por la que muchos luchan sólo supondría alargar esta tortura. Todos hemos perdido familiares y el dolor que sentimos es extraordinario para prolongarlo en el tiempo.
Los murmullos se producen, elevando la sensación de pesadilla a infierno. Murmullos de religiosos que intentan interpretar los textos de las sagradas escrituras. Piensan que el próximo infortunio será el aumento del nivel del mar. Murmullos de los que agonizan, intentando revelar secretos relacionados con el veneno. Secretos que tenemos que sumar a las cientos de frases que pronunciaron los que habían agonizado antes. El mosaico de información es impresionante y en él no se reconoce ninguna información que pudiera dar un giro a esta masacre. Y murmullos de nosotros mismos, de nuestro subconsciente, acechando con la agonía de las palabras que trae la lucidez.
La calma que precede a la tempestad me domina. Olas, olas de un inmenso mar, en la costa. La espuma de las aguas embiste las rocas. Pero a pesar de elevarse majestuoso, el nivel del mar no ascenderá hasta sumergirnos a todos en los dominios del último dios. Los acontecimientos que nos condenan no se deben al cumplimiento de las profecías, como muchos creen, sino a la intervención de un ser que pretende desmoronar el futuro planificado. En su empeño ya a causado la muerte de miles de personas, pero no piensa detenerse, y continuará con su plan hasta el final. Ahora lo observo, como su mirada escudriña a cada uno de los infectados, intentando dar con las respuestas, persiguiendo y aniquilando a todo aquel que descubre sus planes. Como yo…
-¡Estás muerta!
Las imágenes me saturan, las palabras resuenan en mi cabeza con un eco ensordecedor y la sensación de pesadez carga mi interior. La sombra de la muerte me oscurece el alma. Y sangre… sangre por todas partes… Mi vida se escapa.