La magia es la fuente de vida, pero no toda la magia, sólo la magia blanca: este es el mensaje mi deidad. La magia negra representa todo lo contrario: destrucción y muerte. Cuando establecimos una línea bien definida y rechazamos las prácticas oscuras, el Imperio de Maguiltor nos renegó. Fuimos expulsados de la isla donde brotaba algo de magia. Fuera de Maguiltor los seguidores de Nancy se habrían dispersado hasta acabar desapareciendo como idea religiosa. Ante esta adversidad Nancy me engendró, me presentó como reina de los bosques y reunifiqué el espíritu del amor y la magia blanca bajo una sólida unión entre los renegados y los hombres olvidados de los bosques.
Nos ocultamos durante largo tiempo en el Bosque Central, deseando convivir en paz y armonía. Observamos incrédulos el ataque de los hombres del sur. Al ver la respuesta del Imperio, discutimos si defender los Reinos del Sur o abandonarlos a su suerte. Mi reino estaba dividido: los adoradores extremos de mi deidad deseaban acabar con nuestro enemigo, mientras nuestros poderosos aliados pensaban que el sur se merecía el castigo tras haber atacado sin motivo alguno. La decisión fue la de esperar y ver como se desarrollaba la guerra.
El brutal ataque fue demoledor en un principio. Incontables muertes en ambos bandos. El Imperio casi penetra en el Reino de Elfas con su clan más poderoso, pero los hombres de Simón consiguieron reponerse y vencieron la última batalla. El Reino de Rasel quedó cubierto de cadáveres y completamente destruido. Los cuervos se dieron un festín. Hasta murieron los niños de Aisi, lo que provocó la ira no sólo de los afectados, sino que la nuestra también. Los hombres del sur, sin opciones de vencer, atacaron con el resto de sus fuerzas, ciegos de venganza. Entonces decidimos intervenir. Maguiltor había calculado el escaso poder de los hombres y decidió esperar en Polvankar con dos clanes sería suficiente. Además, preparaba la invasión del sur con la mayoría de clases.
Nuestros aliados siguieron negándose a intervenir, porque alegaban que no era consigna de Nancy, con el consiguiente problema que nos planteaba. Nuestras habilidades no constituían por sí solas un ataque poderoso, ya que estaban preparadas para curar e infundir fuerzas, pero si las combinábamos con las de un grupo poderoso, podrían resultar imparables. Esperábamos luchar con nuestros aliados, pero al negarse, decidimos defender al ejército de Sir, en su ataque a la desesperada. Vencimos a los dos clanes y arrasamos muchos asentamientos juntos, Tais, habiendo conquistado el Reino de Frangul y parte del Reino de Elfas, se vio obligado a retroceder, teniendo que deshacer la invasión.
Después de muchas batallas, la tropa de Sir con nuestro poderosa ayuda, continúo destruyendo asentamientos, sin noticias de Fragul, continuaron respetando el plan de Simón de acabar con todos los apoyos de Maguitor y después atacar la gran ciudadela. Cuando sólo faltaba Nabuk, observamos que se habían replegado en ese asentamiento para detener la hemorragia. Nuestra mano armada, sin darse cuenta del detalle, desembarcó en las proximidades de Nabuk. La confrontación prometía ser espeluznante.
Comenzó el intercambio de golpes. Los clanes del Imperio no eran capaces de superar nuestra barrera y recibían los impactos de los lásers amplificados con nuestra magia. Tais advirtió la jugada y nos atacó directamente a nosotros, por la retaguardia. Varios paladines cayeron, víctimas de su poder. Yo misma decidí intervenir. La rabia que había acumulado sobre mi enemigo fue desatada en ese momento, y utilizando todo mi poder, conseguí manipular un láser y amplificarlo contra el objetivo, hasta acabar con la vida del semidios. A penas conseguí formar una sonrisa, cuando caí al suelo sin fuerzas. Había gastado todas mis energías en el conjuro y me encontraba tremendamente agotada. Levanté la cabeza con las pocas fuerzas que me quedaban y vi una lucha encarnizada. Los seguidores de Nancy luchaban frenéticamente contra un nuevo enemigo.
El cielo se había oscurecido y relámpagos mostraban el rostro del mal. Desde el norte cuervos, lobos, gull’s y demás especies abominables se aproximaban lentamente ante la mirada atónita de los supervivientes del enfrentamiento. El suelo tembló, el viento se levantó portentoso y la temperatura bajó subitamente. Algo me alcanzó y la escasa vida que me quedaba sucumbió. En ese momento comenzó el tiempo de Samuel.