105 Evangelio de Simón

Durante el año que duró el periodo de transición, los hombres del sur, sin las ataduras de Darío, atacaron cruelmente y conquistaron los asentamientos de Polvankar, Mibil y Teatux. El éxito de la campaña se debió, además de la gran potencia desplegada por Sir y Goor, al factor sorpresa. Los magos, a pesar de haber sido desterrados del mundo de los hombres, no cosechaban ningún odio hacia su raza antecesora, hasta ese momento. Los temores de venganza de las razas desterradas fueron figurados y las consecuencias fueron entrar en guerra.

La situación cambió drásticamente cuando Horacles, el emperador de Maguiltor, pidió ayuda a Tais, convocó a sus clanes y los lanzó contra los ejércitos asentados en las ciudades conquistadas. El contraataque dio con las tropas desprevenidas y fueron dispersadas. La mayor parte regresó a Rasel y fortificaron la frontera esperado la réplica del enemigo.

Rasel se convirtió en el escenario de guerra durante largas batallas. Los soldados se atrincheraban en las torres de combate. Se lanzaron mutuamente proyectiles, infringiendo bajas en ambos mandos, destrozando gravemente el terreno y derribando las instalaciones preparadas para rechazar la invasión. Finalmente las torres quedaron arruinadas y los enemigos avanzaron. Los dos ejércitos de los hombres, diezmados y cansados, se enfrentaron en una sangrienta batalla, en un intento desesperado por defender la fortaleza principal. Los magos utilizaron magia negra para atacar con espíritus horrorosos e infundir el terror entre las tropas defensoras. No sólo cundió el pánico, sino que huyeron despavoridos sin que sus líderes pudieran controlarlos. Los pocos valientes que se mantuvieron firmes, acabaron descuartizados ante las miradas aterradas de los que huían. El enemigo continuaba avanzando sin piedad, destruyendo todos los pueblos no privilegiados que se encontraba por el camino. Llegaron hasta Aisi y lo arrasaron igualmente, sin importarles los cientos de niños que habían dentro. La crueldad del oponente hizo aumentar el terror a un nivel insoportable. Los hombres del sur no sólo habían fracasado en su intento de rechazarlos, sino que se habían visto superados por fuerzas sobrenaturales, incapaces de mostrarles oposición. La derrota estaba garantizada.

En ese momento crítico fue cuando Simón, dios de la guerra, decidió intervenir. Me instauró en el trono y me dio órdenes precisas para revertir la situación. Lo primero que hice fue reunificar los ejércitos de Sir y Goor, y unirlos a la Vieja Guardia en Clituck. Una vez reagrupados, volvimos a ser una potencia considerable. Además, mandé construir a Tropolis una ciudad prefabricada, llamada Resel, para defender el paso hacia el Reino de Frangul y el Reino de Elfas. Pero necesitábamos ganar tiempo porque las tropas enemigas continuaban avanzando sin piedad. Fortifiqué el sur del Reino de Rasel, mandando colocar minas y trampas, y búnkers armados más al sur, para proteger la instalación de la nueva ciudad, justo en el cruce de caminos. Una parte del ejército defendió el paso desde los búnkers, otra desde las Montañas Elfas, y el resto aguardó en Clituck. La defensa estaba preparada de nuevo.

El enemigo continuó avanzando, perdiendo unidades en la zona de minas y trampas, pero consiguió superarla. Entonces, se produjeron duras batallas. Los espíritus convocados luchaban excepcionalmente, pero gracias a la estrategia planteada conseguimos hacerles frente. Los guerreros de los búnkers resistían como podían, pero no representaban más que un cebo. Desde las Montañas Elfas atacábamos con lásers, una vez se acercaban demasiado. Muchos cayeron al permanecer desprotegidos, centrados en el ataque frontal. También esto era una maniobra de distracción: el verdadero frente de combate era el que se aproximaba por el norte desde Clituck. Provistos de vehículos armados, llegaron con mayor rapidez y atacaron desde la retaguardia. Los búnkers constituían un blanco fácil y fueron masacrados. Sin embargo las acometidas desde las Montañas Elfas los debilitaron y el brutal ataque de los vehículos acabó con el conflicto.

Por fin se construyó Resel en el lugar estratégico planeado. Como el Reino de Rasel había sido destrozado, decidimos mantener la posición original. El campo de batalla debía ser la primera línea de defensa y volvimos a montar trampas y minas, pero esta vez, por todo el perímetro. No nos conformábamos con defendernos, sino que buscábamos concluir el conflicto victoriosamente. Los niños muertos, que constituían nuestro futuro, debían ser vengados. Así que tomamos la iniciativa. Aunque habíamos sufrido importantes bajas, fortalecimos nuestras defensas. Al reorganizar el ejercito diezmado, vimos que nuestra fuerza no era muy prometedora, pero entendimos que nuestro rival no podía estar mucho mejor. No podíamos atacar con todos y dejar nuestras defensas desguarnecidas, por lo que tomé la decisión de atacar con los veteranos, al mando de Goor, y conservar a los jóvenes, al mando de Sir, mientras continuaban con el reclutamiento forzoso.

Se planteaba un problema: las ciudades destruidas se encontraban al otro lado del Bosque Negro, pero el grueso del imperio se situaba en la isla de Maguiltor. Tuvimos que crear vehículos capaces de cruzar el mar. Estos vehículos debían pasar desapercibidos para contar con la ventaja de la sorpresa. Finalmente Tropolis creó navíos silenciosos capaces de atacar y sumergirse en el agua. Preparamos una embestida final, que nos otorgara la victoria definida. La táctica consistía en atacar, una a una, los asentamientos establecidos en la costa de la isla, y una vez los apoyos de Maguiltor quedaran destruidos, atacar sin reservas la ciudadela principal. La guerra alcanzaba su punto crucial.

Después de tanto esfuerzo, habiendo transcurrido unos pocos años desde mi ensalzamiento en Frangul, el velo de la muerte se posó sobre mí antes de lo esperado. Unas frías manos me ahogaron a traición. Ni siquiera me dio tiempo a transmitir el mensaje que aquí sello desde mi regreso al paraíso: «La resolución de conflictos mediante la fuerza es el método más eficaz para zanjar asuntos. Desde vuestro origen han sucedido desgracias tras desgracias que nos han visto obligados a combatir. Necesitamos refuerzos eficaces para ganar la guerra de la perfección. Lo que aquí sucede es sólo una dura prueba que arrancará las máscaras de los corazones y mostrará quien es digno de recibir el regalo del paraíso y luchar por nuestra perfección. No falléis.»

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