Quemas II

Una nueva poesía. De ésta guardo un recuerdo especial porque la persona de la que hablo sigue estando en mi vida. Después de que me ocurriera la historia de Silvana, Ángel y el ángel volví a sufrir un desencuentro. Me volví a sentir igual.

Han pasado años, muchos años, y aunque la cicatriz se ha cerrado, yo sigo sintiéndome herido cada vez que la recuerdo. Es la magia de los sentimientos, que se incrustan en el corazón y no se olvidan en la vida.

Tengo frío,

pero no puedo apartar mi «boli» de esta hoja,

ni estas frases olvidarlas en algún rincón de mi mente.

Hoy he visto el dolor que sin ser mío volvía a mí,

hoy he vuelto a ver el fuego que me quemó en otros ojos.

Igual de doloroso,

como un sueño oscureciéndose,

como una risa entristeciendo.

Esta vez fue más corto, menos intenso,

pero la sensación de impotencia volvía a ser la misma.

Primero unas palabras,

luego un silencio,

luego un terrible silencio

y finalmente la misma sensación repetida.

Pienso, los pensamientos me traicionan,

los recuerdos me confunden.

Caí en el abismo de una mirada,

con la única consolación de que esta vez no fueron mis palabras.

Y se llevaron los sueños dejando las pesadillas del momento pasado,

dejando un suspiro,

una herida en la cicatriz,

una pregunta:

¿Cómo es posible apartar tan radicalmente la felicidad?

Dolor:

expandiéndose como el veneno,

acariciando mi corazón que enloquece,

rompiendo la barrera que tanto me costó crear.

Dolor:

vuelve a mí en tiempos de claridad.

¿Debería aprender a convivir con él?

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