La plantación de zanahorias

Lenroi Reinos dormía profundamente. Su respiración regular era un agradable silbido en la mañana. Soñaba con Irin, una chica que había conocido en el colegio al que asistía de lunes a sábado. Ni siquiera había cruzado tres frases seguidas, pero el muchacho de dieciséis años sentía una fuerte atracción por la joven, de su misma edad. Era la primera vez que sentía algo parecido y todavía se sentía extrañado del sentimiento.

Desconcertantemente, en el dulce sueño se filtraba una voz desconocida. Sonaba al principio lejana, pero paulatinamente se fue mezclando hasta llegar a ser un murmullo ensordecedor. Así decía:

«Son las siete de la mañana, del domingo diecisiete de marzo, del año trigésimo segundo de la era de los Cuatro Gobernadores. Verush amanece soleado, con una temperatura de treinta grados que descenderá durante el día, hasta alcanzar un mínimo de quince grados durante la tarde. Hoy comienza un nuevo día donde la mayoría de los trabajadores lo dedican al descanso. Sin grandes novedades en lo referente a los acontecimientos, les informamos de todo cuanto sucede en Verush. La comunidad de enanos continúa con las hostilidades debido a los numerosos esclavos que mantenemos. Mientras, los elfos se mantienen al margen. Los mercados ascenderán un punto para la próxima semana, según datos de la Agencia de Estadísticas…”

Se trata de la radio que como todos los días despierta a Lenroi y a los cuatro miembros de la familia Reinos. El chico tarda unos minutos en sentarse en la cama, aun con los ojos cerrados. En ese momento entra su padre Olsan, quien se queda mirándolo enojado.

-¿Todavía estás así? ¡Levántate ya! -pronuncia gritando- Tenemos trabajo.

Y se marcha dando un portazo antes de que su hijo pueda protestar.

Lenroi se había levantado todos los días de la semana a las siete, para ir al colegio. El domingo era el único día de la semana que podía recuperar fuerzas del angustioso exceso de intelectualidad que debía someterse cada día. Sin embargo, su padre Olsan, en lugar de ser considerado con él, le exigía en exceso.

Pronunciando maldiciones en silencio, Lenroi se levantó y se dirigió al lavabo donde se mojó el rostro con abundante agua. Se miró al espejo reconociendo sus peculiares pecas asomándose por los mofletes y mechones pelirrojos. Se pasó rápidamente el peine y se dirigió al comedor donde se encontraban Olsan, su hermano Izan y su hermana Arian.

-Te he preparado leche y tostadas -le informó su padre.

Ninguno de los presentes tenía mejor aspecto que él. Olsan era un hombre de unos cincuenta y siete años, de gran corpulencia física y una melena completamente rizada, pero lejos de mostrar implacables rizos, era una masa enmarañada de pelos.

-Hoy me gustaría que os quedarais los tres para contaros un asunto de vital… -quería decir “importancia”, pero fue interrumpido.

-¡Imposible! -saltó Izan-. Tengo reunión en la oficina.

Izan trabajaba en la Agencia de Transporte. No era un gran cargo, pero suficiente para forjar su futuro. Quería independizarse para profundizar en un pasatiempo que no podía desarrollar en casa.

-Yo tampoco puedo -comentó Arian encogiéndose de hombros-. Tengo una cita con una profesora de…

-¡Está bien! -la interrumpió Olsan- No vengáis… es igual.

Era conocida la afición de Arian y a Olsan no le gustaba hablar de eso. La hermana de Lenroi, después de terminar el colegio con diecisiete años, decidió ingresar en la Agencia de Astronomía para dedicar su vida al estudio de los astros. Aunque Sudan era el planeta sin magia, los expertos de la Agencia de la Ciencia Oculta consideraban que había factores externos mágicos que podían aportar grandes beneficios a los hombres.

Lenroi, al ver la profunda preocupación de su padre, decidió ceder.

-Yo me quedaré contigo.

Olsan lo miró y una sonrisa se le dibujó en la cara.

-Gracias hijo.

Después de desayunar Arian y Izan se marcharon apresuradamente, dejando a Lenroi y Olsan con todo el desorden del almuerzo. Tras organizar un poco la casa, también con prisas, el padre le indicó a su hijo que lo siguiera.

-Nunca os he enseñado nada del trabajo familiar, pero considero que los años me pesan y a partir de ahora necesito ayuda.

Aunque Lenroi era el único de sus hijos que lo acompañaba, hablaba en plural, como recitando un discurso que tenía aprendido.

Salieron de la casa y se dirigieron a otra que había dentro de los terrenos de la familia. Olsan llevaba un cucharón y con él golpeaba estridentemente en el culo de una cacerola.

-¡Ya es hora de levantarse!

Los enanos, seres pequeños, envejecidos y barbudos, con pijamas a rayas y gorros puntiagudos, se levantan refunfuñando.

-Otra vez importunándonos el amo… -pronuncian en su extraño acento.

-¡Vamos, holgazanes! -grita Olsan imponiéndose- Que mañana llegará la Compañía Alimenticia y debe estar toda la cosecha recogida.

Los extraños seres, de mala gana, se levantaron, se vistieron y se acercaron a los dos hombres dispuestos a obedecer.

-Acompañarme.

Padre e hijo, seguidos de los duendes, salieron de la casa y se adentraron en los extensos campos de cultivo que se extendían alrededor de las casas de la villa, cubriendo los terrenos de la villa Reynos.

Olsan fue a una caseta de donde sacó las herramientas del arado.

-Recoged la zanahoria -pronunció enérgicamente y se alejó indicando a su hijo que lo siguiera.

Se fueron a otra zona de la villa donde había un tractor bajo un cobertizo. La máquina, al encenderse, comenzó a rugir como si se tratara de un león. Remolcaron un cargamento y regresaron para situarlo enfrente de los trabajadores enanos.

-Echarlo aquí -ordenó.

Olsan apagó el motor y bajó. Miró que todo marchara según tenía pensado.

-Bien -asintió-. Vamos, Lenroi.

Ahora se dirigieron hacia otra casa de la villa. Una única sala con una gran mesa y varias sillas se alzaba en el interior de las paredes de madera. En el centro varios archivadores ordenados, pero uno abierto con las hojas abiertas.

-En este trabajo hay que ser duros -dijo mientras preparaba unos látigos para lego.

Lenroi asintió, prudente.

-Verás -continúo Olsan-, las cuentas no cuadran como deberían.

-¿Qué quieres decir? -preguntó Lenroi con gesto de preocupación.

-Siéntate.

El muchacho obedeció de inmediato. Los hijos de Olsan no solían ser tan obedientes, pero ante la situación tan insólita, su hijo menor no era capaz de replicar hasta escuchar todo lo que su padre le tenía que decir.

-A mis cincuenta y siete años soy un hombre mayor. Mi gran corpulencia me obliga a realizar grandes esfuerzos cada vez que quiero levantarme y tengo la espalda resentida. Si sigo a este ritmo puedo tener graves problemas de salud en el futuro.

Lenroi se estremeció. Sabía muy bien que su hermano y su hermana ya habían escogido oficio y no lo dejarían para perpetuar el negocio familiar. En cambio él estaba terminando los estudios comunes y sería el momento perfecto para dirigir la plantación, aunque no fuera su voluntad.

-Además… -parecía ensimismado- tengo la obligación de conduciros por el buen camino.

Desde que murió Gusy su aspecto había empeorado mucho. Se nota que la echa mucho de menos. Pero el deber le impide lamentarse, ya que todos los días tiene un duro trabajo que sacar adelante. Debe pelearse con los enanos, traer todas las herramientas y productos del campo, cuadrar las tareas… Sin embargo su rostro estaba muy demacrado. No podría aguantar mucho más a ese ritmo.

-No te preocupes papá, yo te ayudé -dijo Lenroi con energía.

Lo cierto es que no era lo que más le apetecía del mundo. El tenía también sus propios planes de futuro, pero se daba cuenta de la gran carga que debía soportar su padre y cómo el estrés le consumía. Por eso dio un paso al frente, por lo menos en esta ocasión, y se ofreció a echarle una mano.

-Mañana debe venir la Compañía Alimenticia y no hemos producido suficientes zanahorias. De hecho vendrán pidiendo 100 kilos y sólo tenemos 75. Este año ha habido demasiado frío entre el día y parte de la cosecha se ha estropeado.

La mirada de Lenroi fue de preocupación. Padre e hijo intercambiaron miradas, con una ligera arruga.

-¿Estás seguro? -preguntó visiblemente nervioso- ¿Entonces que va a pasar?

-Ya debíamos 20 kilos de temporadas anteriores. Me temo que esta vez no serán tan considerados…

A pesar del nombre coloquial de esta agencia, las personas que la dirigen en ocasiones pueden ser brutas. Las veces anteriores le han dado una paliza al viejo Olsan. No son considerados con sus clientes. Es más, exigen una producción alta sólo a cambio de dejarles tranquilo. Sin embargo, como son los responsables oficiales de abastecer a la población, nadie les recrimina sus practicas abusivas.

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