Hay un lugar temido por hombres y animales. Se encuentra al este del Bosque Central y al oeste de Maguiltor. Bajo sus pinos negros se esconde un misterio que aterroriza a todo aquel que observa la mancha oscura desde la lejanía. Expande rumores, aplasta corazones, derrama lágrimas de terror… Se trata del Bosque Negro… ¡Donde se realizó el primer conjuro fuera de Maguiltor!
Allí, en su misterio, en su oscuridad, en el centro de temores, en el miedo… ¡vivo yo! Soy uno de los primeros magos de los Imperati del poder oscuro. Escapé de Maguiltor cuando las barreras de fuego no nos permitían cruzar de un mundo a otro. Fui perseguido por siervos del emperador, que buscaban mi encarcelamiento o mi muerte. Me había rebelado contra el gobierno que había comenzado a trazar, a las órdenes de Tais y al desprecio de Critsell. Pues auguré el futuro y vaticiné la destrucción de los gull’s del norte y de los hombres del sur. No así con los hombres de los bosques, que caerían en el olvido y podrían vivir a la sombra. En cualquier caso, su reinado sería tenebroso y expandiría el caos. Por eso no estaba dispuesto a formar parte. Crucé la isla cuando aún no había montañas (precisamente por eso elevaron la Cordillera de la Muerte alrededor de la capital, para que nadie más pudiera escapar sin consentimiento), atravesé el mar en bote y llegué a la orilla donde se encuentra Mibil. Pero los siervos de Sifrid me seguían muy de cerca. No tuve más remedio que adentrarme en el bosque, para que dejaran de perseguirme pronuncié un conjuro que provocó una serie de leyendas espantosas. Ya nadie se atrevió a entrar. Dejé de ser perseguido. Entonces creé aquí una colonia de Maguiltor donde el tiempo no avanza. Puedo observar en todo momento el exterior. Tanto es así que ha llegado a ser mi obsesión.
Sifrid convocó un antepasado de su antigua estirpe, condenada por los dioses a vagar por el Hades al haber perturbado la paz de la Primera Edad. Convenció al ser encapuchado de que su voluntad obedecía a un dios olvidado y se infiltró en el mundo de los hombres. Al mismo tiempo, y así fue planeado, el virus-g, después de 14 arrasar el norte, comenzó a destruir los suburbios, mientras las ciudades privilegiadas estaban protegidas con cúpulas gracias a la advertencia del propio Sifrid. Cuando llegó el momento, Maguiltor pidió a Frangul aliarse para acabar con Zulús, el nido de los gull, el origen del virus-g. Esto constituía evidentemente una treta para dominar sus tierras, ya que fue extraído de un híbrido encontrado en un cráter del Bosque Central, y no, como bien se aseguró, de la respiración gull. Pero Darío, advirtiendo la jugada, decidió no entrar en guerra. El emperador provocó un complot que envenenó al semidiós y lo suplantó en el trono mediante el espectro que le obedecía ciegamente como sucesor divino. Una vez consiguió el control del sur, mandó a todos los ejércitos de los hombres hacia Zulús, donde los Uxxo y los Villkon los esperan. Además, manipulando las comunicaciones de Jonhy con Pode, mandó las últimas fuerzas de los hombres a la frontera de Rasel, donde atacarán los Shilfo como maniobra de distracción. Mientras el rey se nutre de errores —a ojos humanos—, Sifrid se aprovecha y planea un golpe cuya traición ha despertado a los dioses, incluso antes de haberse producido. Concretamente a Critsell, la diosa del amor y la magia blanca.
—Rakitik: Sé que tu mirada supera el horizonte. El conocimiento del que gozas, nos aportará una ventaja que necesitamos para triunfar en este choque de voluntades.
El fuego que he encendido para observar el continente, dibuja un rostro. La ira de la diosa ha estallado. Su poder es incalculable y no dudará en emplearlo.
«Choque de voluntades». Se refiere a unos acontecimientos movidos por deseos divinos. En los últimos días he descubierto simbólicas creaciones que no he querido aportar el carácter de divino, porque desataría temores que desde hace siglos tengo. Ahora, al oír pronunciar esas palabras, mis premoniciones se han confirmado.
La gran luna tiembla en el cielo turbio. Las estrellas se apagan, sumidas en la oscuridad. Cuatro jinetes han cobrado vida, por deseo de Tais, el verdugo de las buenas nuevas, en su pulso contra el destino. Los seres recién engendrados son guardianes del emperador traidor, quien 15 espera la batalla que se librará por su vida. A su sombra, Horacles aguarda el momento de tomar el trono, habiendo sido informado previamente por Critsell. Pues su Hija es la encargada de abrir una brecha en Maguiltor, por donde enderezar la política. El Lord de los Imperati es el objetivo. Pero aun no hay nada decidido, mientras reina y guardianes se precipitan sobre la isla en disputa, donde se decidirá el futuro de Omit Ozak. Esto es lo que me temía. Lo que significa que hay una disputa, una guerra fría entre dioses. Todos creen tener la razón e intentan demostrarlo sobre el tablero. Mueven sus fichas hacia la batalla, para que la victoria les dé la prueba de que no se equivocan. Esto no puede acabar bien. Son fuerzas muy poderosas las que juegan. El conflicto podría acabar en devastación. Esto ha llegado demasiado lejos.
—Te escucho. ¡Habla!
Siento el poder de la diosa a través del fuego.
—Estoy harta de la mano negra de Tais. Por si no lo sabes, continúa respaldando a Sifrid después de todo el dolor que ha causado. Pero tú, tú puedes ayudarme a impedir que continúe con su diabólico plan.
Quedo confundido. Sus palabras son fuertes, atronadoras, feroces. Desquician mi débil conciencia. Y callo. No tengo la voluntad necesaria para contradecirle.
—La estrategia de Sifrid es tan buena y tan sucia a la vez, que acabará con las dos especies supervivientes si no te alías conmigo para impedirlo. Necesito tu ayuda para ser eficaz en mis movimientos.
Mi vista se centra en el fuego. El espíritu de Critsell habla con voz clara. Estoy paralizado. No me explico como me lo puede proponer y si pudiera escoger, preferiría no saberlo. Tratar con dioses, interponerse entre uno y otro, es algo que puede acabar con la vida de muchos, simplemente con que sea la voluntad de uno de ellos. Es un compromiso demasiado atroz.
—He mandado a mi Hija, reina de los bosques, el objetivo es infiltrarse en Maguiltor y asesinar al emperador a sangre fría. Pues si no lo logra, las muertes que va a provocar este individuo, instrumento del propio Tais, dejará al mundo de los magos como la única tierra 16 viva del continente. Esa confesión, ese plan de salvación, me ha congelado la sangre. ¿Qué puedo hacer yo? Sí, soy el único mago poderoso fuera de Maguiltor, pero mis poderes dentro de la isla se ven superados por cualquier miembro de hermandad.
—Entiendo tu posición —habla como si hubiera leído mis pensamientos—, pero tu trabajo se limita a emplear tus poderes desde el Bosque Negro.
—En la Cordillera de la Muerte hay un pasadizo llamado Garganta de Hielo. Se trata de una puerta secreta al asentamiento central de la isla. Crea una entrada, un agujero negro que transporte a mi Hija de tu morada hasta allí. Ella hará el resto.
Suspiro aliviado. Eso es algo que puedo hacer sin riesgo aparente. Aunque sigo sin entender por qué es tan necesaria mi ayuda, cuando Critsell tiene un poder infinitamente superior.
—Sé lo que estás pensando y no es así. Los dioses no podemos actuar directamente sobre el continente. Debemos crear especies, para que sean ellas quienes moldeen el terreno y convivan a su manera.
Es justo lo contrario de lo que están haciendo. No nos permiten tomar decisiones, ellos tienen el monopolio del poder por medio de los reyes o líderes políticos que son sus Hijos, y además, realizan creaciones para atar todos los detalles que no les agradan.
Aún sabiendo que puede significar mi muerte, no tengo otro remedio que aceptar. No está en mi corazón juzgar las decisiones de los dioses y esos pensamientos anteriores, quedan como una simple rebeldía.
Hablar con la diosa me ha supuesto un agotamiento extremo. En unos segundos quedo dormido en el calor del fuego. Mientras, mi memoria retiene la información: «Reina y guardianes se precipitan sobre la isla en disputa, donde se decidirá el futuro de Omit Ozak». «Choque de voluntades».