Después de caminar durante horas por la ribera del río, por fin encontramos el refugio que buscábamos.
-Sólo podremos quedarnos aquí por esta noche -comento, una vez comprendo parte de las visiones que me dominan-. El pueblo y la Vieja Guardia nos está buscando.
Todos me observan, fascinados, como si tuviera poderes sobrenaturales.
-Tendremos tiempo suficiente para hablar -murmura Ariel sin apartar la mirada de mí.
-Está bien. ¿Qué queréis?
-¿Cómo puedes saber todo eso? Nosotros si intentásemos acceder a tanta información, nos habríamos destruido.
Calculo durante unos instantes esa afirmación. Yo no tengo nada en especial diferente a ellos… ¿o sí…? La mente retrocede a mis años de aprendizaje en Priedni.
-Vosotros podéis acceder a cierta información… muy limitada, ¿verdad?
-¡Así es! Y en ocasiones nos deja secuelas.
-Yo… -tartamudeo antes de explicar semejante condición-, no sólo vengo de ciudades privilegiadas… -mi voz quiebra dejando un leve sonido roto, antes de coger aire y agarrarme al marco de la entrada- ¡Soy hijo de Darío!
-¡Por todos los dioses! -grita Helen– ¡No me extrañaría que levantasen todas las piedras de los suburbios para encontrarte!
Niego con la cabeza, confundido. Me cuesta expresarme con claridad.
-No es por ser hijo del rey por lo que me buscan. Aunque por mis venas corra sangre real, hay cientos con esa condición. De hecho, Priedni, una de las ciudades privilegiadas, fue creada para albergar exclusivamente a esta población.
-¿Entonces por qué motivo te buscan tan intensamente?
Dudo. Esa pregunta ya me la había hecho durante el trayecto hacia el refugio. Mi cuerpo se ha estremecido después de profundizar tanto en las respuestas. Está claro que mi organismo soporta mejor el veneno, pero no lo debo forzar tanto.
-¿Cómo conseguiste la información referente al virus? ¿Te das cuenta que eres el primero en acercarte tanto? ¡Todos los demás murieron intentando resolver secretos menos enrevesados!
La cabeza me da vueltas. Demasiado me estoy sumergiendo. Mi capacidad alcanza su límite, por superior que sea de los demás. Debo parar, sino sufriré la misma suerte.
-¡Parar! ¿No lo veis? La información que manejo la obtengo de la misma manera que vosotros. No sé por qué llego mucho más lejos que nadie, pero me mata igualmente. Cuando me formuláis cada pregunta, manifestáis en mí una curiosidad que explora el universo consumiendo mi alma torturada. ¡Parar por favor!
Y comienzo a jadear, intentando relajar los espasmos. Me llevo la mano al pecho, treméndamente preocupado.
-¡Está bien! Descansemos ahora. Mañana antes del alba partiremos.