El tiempo es sólo una medida. Los acontecimientos se producen, desencadenando otros, y estos otros, otros más. Cada segundo modifica el mundo, ligeramente, pero constantemente, eligiendo un destino entre infinitas posibilidades. Siempre ha sido así, inalterablemente durante el transcurso de los tiempos. Sin embargo, en este momento de la historia, se ha producido un eco en diferentes metes, de las emociones más sonadas. Los acontecimientos siguen desencadenándose, uno tras otro, haciendo girar la rueda del destino, produciendo reflejos en el pozo de los secretos, caprichosamente. El silencio ya no existe, ahora es un intenso murmullo lleno de dolor, ansias y desesperación. Siento que el aire es un gélido aliento, de la muerte que avanza. La sangre se derrama por demasiados rostros y la esperanza se extingue. El virus causa estragos fuera de las cúpulas. Lo noto, lo sufro, lo escucho…
A través de uno de esos tentáculos invisibles, donde el conocimiento se transmite devorando vidas, consigo ver una luz en medio de la oscuridad. No, siete luces en total, en mitad de una antigua noche. Los siete dioses estuvieron aquí, rodeados de cientos de testigos. Siete figuras vestidas con túnicas, con sus respectivas capuchas y velas. Uno de ellos da un paso al frente, entre la muchedumbre, para comenzar un discurso que es recordado en una leyenda sagrada. Observo como habla, pero no lo escucho, el sonido se pierde en murmullos sordos, llenos de eco. Mi atención se centra en un bulto situado sobre su pecho, donde parece brillar esa zona de la capa. Al finalizar el mensaje, de su interior extrae un libro sagrado, humeante de las cenizas del continente, porque en su mortal desafío al tiempo, acabará derrumbando cuanto conocemos. El resplandor procede de la portada, ya que arde a fuego vivo el título que reza así: El enigma de los dioses.
Entonces la alarma me despierta, me avisa de que es la hora de tomarme el tratamiento contra el veneno. Un fuerte dolor de cabeza me desgarra la sien. Saco la ampolla y la observo detenidamente. Se trata de un frasco de cristal, con un líquido transparente en su interior. Arranco la capucha y lo vierto sobre mi boca. ¿Cómo algo tan pequeño puede devolverme la serenidad?