Decidimos partir inmediatamente a la granja del sur para traer mas víveres, ya que la visita al granero del norte fue un desastre.
Extrañamente, las tierras que rodean el pueblo, se encuentran tan desoladas como desiertas. Estos parajes están perdiendo vida. El corazón se encoge dentro de nosotros, sin embargo el paso no aminora: debemos traer comida para alimentar a nuestros hijos.
Cuando a penas hemos recorrido un par de kilómetros, con el carro lleno de agua a cuestas, vemos en el horizonte movimiento. Al aproximarnos descubrimos que son los soldados del mundo privilegiado, equipados igual que cuando nos visitaron.
-¿Qué ocurre? -pregunta uno de mis compañeros de la partida.
-Este lugar está infectado por el virus y tenemos ordenes de mantenerlo en cuarentena. Nadie puede entrar ni salir de aquí.
Nos miramos unos a otros, confundidos.
-Tenemos que recoger comida. La que tenemos es escasa y hay muchos ladrones.
-¡Vuestros asuntos es cosa vuestra! Repito: Nadie puede entrar ni salir de aquí.
Muchos de mis compañeros no están conformes y deciden rebelarse.
-¡Debemos ir a por productos de primera necesidad! -dice uno mientras da un paso al frente.
Al mismo tiempo, muchos otros de la partida lo siguen, en un gesto de valentía.
-¡No deis ni un paso mas! -responde un soldado apuntándonos con un arma.
Y no sólo éste, sino que el resto de soldados también levantan sus armas hacia nosotros, dispuestos a disparar si no obedecemos sus órdenes.
-¿Y si no qué? -grita, dando otro paso.