Según pasamos la frontera norte, la nave comienza a perder potencia. El ruido formidable del motor, va muriendo, como si se agotaran las baterías instaladas, pero la energía contenida no ha disminuido hasta ese punto.
-¿Qué ocurre? -le pregunto al técnico.
-No lo entiendo -comenta sumido en sus pensamientos-. Es como si las conexiones electrónicas se perdieran. No podemos hacer nada para reparar las averías.
Enseguida las comunicaciones con los otros vehículos se abren, para informar que el problema no es sólo nuestro.
Perdemos velocidad hasta que nos detenemos, en algún punto entre la frontera y la Muralla Negra.
-¿Qué hacemos, Sir? -me preguntan.
-Contamos con láseres portátiles, equipos para respirar oxígeno desinfestado y un buen número de efectivos -sonrío-. Creo que la respuesta es clara.
-¡Tendremos que abandonar los vehículos!
-¿Queréis regresar a los Reinos del Sur con la noticia de haber fracasado la misión? ¡No! ¡No lo pienso permitir! Quien retroceda quedará fuera de mi mando.
Mi amenaza parece producir efecto. Cojo mi espada de doble hoja, mi láser. Me coloco el equipo como corresponde. Me aproximo a la puerta.
-¿Estáis preparados?