-Nosotros somos autosuficientes –Ariel se crece, pese a las adversidades-. Permitamos que Maguiltor destruya parte del mundo privilegiado y, cuando lleguen, defendamos nuestro territorio. Podemos esquivarlos como hemos hecho con los soldados, y atacar a las avanzadillas y a los escuadrones cuando sean vulnerables.
La duda nos recorre.
-No será tan fácil con nuestros enemigos reales -comento sopesando las posibilidades-. Ellos son magos, no estúpidos guerreros.
-Nos aplastarán -interviene Lumi-. Tenemos que trasmitir el mensaje para que luchen entre ellos, y así, nosotros mantenernos a salvo.
-¿A esos traidores? Ni agua les daría yo.
La discusión se prolonga. Finalmente acordamos no alertar al gobierno, porque la opinión de Ariel es sostenida por Efrén. Yo dudo. La frágil situación en la que se encontrarán cuando desplieguen a sus ejércitos, podremos sufrirla en nuestras carnes. Aun así decidimos arriesgarnos. El odio que hemos cosechado hacia los privilegiados nos impide ayudarlos. Además, nuestro mayor problema sigue siendo la Vieja Guardia, y así la eliminaríamos.
-Me temo que nos arrepentiremos de esta decisión. -comento pálido completamente.
En mi alucinación, el terror cosechado por el imperio es extraordinario. Sin embargo, hemos decido dejar que nos aplasten, para saborear la esperada venganza, aunque sea en manos de nuestro enemigo.
-Cada uno tendrá lo que se merece… -sentencia Ariel.