Me llevan al trote hacia un cortijo situado en el centro de muchos poblados. Cuando llegamos, me tiran al suelo de mala manera, con tan mala suerte que al caer, como llevo las manos atadas a la espalda, no puedo amortizar el impacto, me doy con el rostro en el suelo y me reviento la nariz.
Avisan al conde y aparece en unos segundos.
-¿Qué me habéis traído?
Se trata de un privilegiado equipado debidamente para no infectarse por el virus. Su respiración se escucha con eco entre los tubos de respiración.
-Este crío es el líder de los rebeldes.
Me reincorporo como puedo, escupiendo una mezcla de sangre y tierra.
-No soy un crío cualquiera…
El conde se aproxima unos pasos hacia mí, estudiándome.
-Soy un hijo del rey.
La mueca de repugnancia me sacude las entrañas.
-Vaya, vaya. Así que tenemos al hijo bastardo de Darío. He oído que la Vieja Guardia te anda buscando. Tal vez debería…
-No… no lo harás -pronuncio esbozando una leve sonrisa- Te recuerdo que no existe ningún título oficial de conde.
Los caballeros lo miran, perplejos. No sabían tal detalle.
-No, por ahora -responde para sus tropas-. Pertenezco a la alternativa política. Cuando Krhisten se haga con el poder, seremos su brazo armado.
-No puedes entregarme a la Vieja Guardia. -evito hablar de mis compañeros capturados para que no tomen represalias con ellos.
-¡Pero puedo torturarte hasta que mueras!
Los caballeros se ríen, divertidos ante el enfado de su líder y mi desgraciada situación.
-Tampoco deberías…
El conde se acerca más aun, me agarra del cuello y me levanta, furioso.
-¿Por qué no debería acabar con una rata como tú?
-Porque existe otra amenaza.
Me empuja y caigo de espaldas. Me golpeo sobre las manos, rompiéndome los huesos de la muñeca izquierda.
-¿Vas a empezar ahora con faroles?
Muevo el cuello, intentando descubrir si tengo algo más roto.
-El ser encapuchado que cruzó la frontera de Rasel anda por estas tierras. Si no me escucháis y obedecéis mis consejos, moriréis todos…
-¡Bah! Llevarlo a las celdas. Creo que nos divertiremos con él.