El cortijo del conde es un conjunto de casas apiñadas, con todo lo necesario para vivir, en las proximidades de Pode. Al rededor, hay muchos pueblos llenos de personas dispuestas a servir.
Nos encierran en unas celdas situadas en una de las casas próximas a la principal. Dejan agua y se marchan.
Al cabo de unas horas otros caballeros nos sacan de las celdas.
-El conde os espera.
Nos llevan, aun con las cuerdas atándonos las muñecas, a la casa principal. Una vez nos encontramos delante, nos detenemos, esperando la presencia de su líder.
Aparece un hombre de mediana edad, con un equipo como el que llevaban los soldados que se reunieron con nuestros padres, en la fábrica abandonada de nuestro pueblo. Su respiración resuena a través de los tubos de plástico que pasan desde la mascarilla hasta la bombona que lleva en la espalda.
-¿Quiénes son? -pronuncia con una voz deformada.
-Son rebeldes. Afirman pertencer a un movimiento revolucionario.
-Bien, bien -murmura mientras se aproxima-. ¿Cuáles son vuestras ideas, rebeldes?
Nos quedemos atónitos, observando su control absoluto sobre los caballeros. ¿Por qué esa fe ciega cuando sólo se trata de un privilegiado?
-Creemos que el gobierno nos ha querido dejar morir… -respondo, intentando no aumentar su ira- Somos un grupo de supervivientes que sólo deseamos sobrevivir y…
-¡Comprendo! -me interrumpe con una voz fuerte y profunda- Deseáis privilegios.
-¡No…!
-¡Silencio! -me hace callar un caballero- El conde ha hablado.
Nos miramos durante unos segundos, sin pronunciar palabra. Sabemos que la decisión del conde será irrevocable. Nos tememos lo peor…
-Encerrarlos en las celdas. Quiero al resto de rebeldes. Hacedme llamar cuando tengáis a mis puertas a todo el movimiento.