Caminamos hacia el oeste. Los tres grupos hemos decidido marchar en esta dirección porque el virus ha azotado de este a oeste, y mientras el Reino de Rasel se encuentra arrasado completamente, el Reino de Pode y el Reino de Rusul todavía debería contar con abundante vida. Sin embargo, cuanto más avanzamos, menos supervivientes encontramos.
-Esto no tiene lógica. ¿Dónde está la gente?
Casas vacías, poblados enteros abandonados, ni siquiera los cadáveres se amontonan para dar explicación a la ausencia de vida.
-Que extraño -comento desconcertado-. Habría jurado que aquí encontraríamos muchos aliados.
Entonces, uno de mis antiguos amigos, saliendo de debajo de una tabla, nos hace señas para que guardemos silencio y nos indica que entremos en su escondite. Según descendemos, observamos en el norte una gran humareda.
-¡Rápido!
Bajamos a lo que parece un hogar subterráneo y coloca el madero en la entrada.
-¿Qué está ocurriendo? -le pregunto intrigado.
-Son los caballeros del conde. Cuando hubieron rumores del virus, se formó una hermandad en el Reino de Pode. Comenzaron a saquear pueblos y secuestrar habitantes.
Asiento. Algo había escuchado, pero no me había atrevido a creerlo.