Mientras el anciano prepara fuego, precisamente con la leña que trajimos para defendernos, y asa al animal, la anciana cura a Lumi cosiéndole las heridas.
-¿Por qué he tenido que ser yo el cebo? -pregunta aguantando el dolor.
Escucha algunas risas divertidas como respuesta, contagiosas porque él mismo comienza a reír, volviendo a sufrir fuertes pinchazos.
-No te muevas o te dolerá más. -le aconseja la mujer.
Al cabo de un rato el anciano reparte la carne recién hecha sobre seis platos y los coloca sobre la mesa. Todos nos sentamos a la mesa, excepto Lumi que tiene que comer de pie.
-¿Qué os trae por aquí? -nos preguntan la pareja.
-Queremos salvar a las personas infectadas -respondo mostrándole los maletines que portamos en las bolsas de la espalda-. Aquí hay medicinas eficaces.
-¿Cómo las habéis conseguido? No he oído que se repartieran y créeme cuando digo que mis oídos llegan hasta muy lejos.
-Las robamos a aquellos que nos querían dejar morir.
Se hace el silencio. Parece ser que ese detalle no les ha agradado.
-¿También os persigue la Vieja Guardia?
-Los hemos despistado; pero sí, somos fugitivos. Si es lo que quieres saber.
La mano se posa en su barbilla, preocupado.
-Mal asunto. Me extraña que no os hayan atrapado. ¿Cómo hacéis para distraerlos?
-Utilizamos las visiones del virus para ver el futuro…
-¿Pero no estáis completamente curados?
-El antídoto sólo tiene efecto temporalmente. Nos lo aplicamos hará unos días y desde entonces sólo podemos alcanzar la lucidez en grupo, pero a penas accedemos a la información que buscamos.
-Entonces no tenéis ni idea de las últimas novedades.
Negamos encogiendo los hombros.
-Quedaros unos días -propone la mujer-. Ya tendréis tiempo de discutir eso.
La mirada de sorpresa del anciano vuelve hacia ella, al igual que cuando nos dijo donde se encontraban las herramientas. Por lo visto ella toma las decisiones.
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