Despierto con un tremendo dolor de cabeza. Me encuentro sobre un lecho blando, que me sostiene cómodamente. Cuando intento abrir los ojos para averiguar dónde estoy, una luz blanca me ciega. La luz es poderosa, grande, tapando todas las formas como si se tratara de la mas cruda oscuridad que ya viví, pero con un extraño color blanco, incesante. Me provoca frío, un frío que me hiela la sangre, no por la sensación de un ambiente fresco, sino por un horror que traspasa mi piel. ¿Estoy muerto? ¿Será esto el terrible purgatorio, antesala del Hades, que todos temen?
Intento hacer especulaciones sobre mi situación. Habíamos escapado de Priedni, pero no había sido una huida limpia: hicimos saltar las alarmas. Probablemente nos convertimos en revolucionarios, los pioneros de una idea que podría sublevar a muchos indignados con el sistema. De esta manera, la Vieja Guardia fue alertada y emprendieron la misión de capturarnos. No les costaría demasiado dar con nosotros. El vehículo que robamos no estaba muy alejado del centro cuando se apagó la batería y aunque corrimos… ¡Que extraño! Trato de recordar que ocurrió a continución, pero siento que la oscuridad se engulló esa zona de mi memoria. Ocurriese como ocurriese, debimos ser atrapados y enviados a Omit. Sí… eso debió ocurrir, y ahora somos prisioneros por nuestra rebelión. ¿Cuánto tiempo tendremos que pasar aquí? ¡Maldita sea! Mi educación arruinada por una mala decisión.
Mi respiración se puede escuchar en toda la sala. Tengo algo sobre el rostro. Es una mascarilla de oxígeno. Todo parece una pesadilla, como una advertencia inconsciente de lo que ocurriría si hago lo que no tengo que hacer. El eterno dilema del bien y del mal.
Intento moverme, pero mi cuerpo se encuentra agarrotado. A malas penas consigo deslizar un dedo sobre las sabanas… Me encuentro en una cama, con una potente luz sobre mí. No tiene ningún sentido. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué no me puedo mover? Lo intento otra vez. Noto los dedos. La circulación de la sangre sobre las extremidades superiores comienza a darme autoridad sobre los brazos… y cuello. Al cabo de un rato consigo quitarme la mascarilla. Mi respiración se vuelve mas silenciosa. Gracias a esto, consigo escuchar una conversación:
-¿Qué le ha ocurrido?
-Otro caso más de infección por el terrible virus…
-¡Por todos los dioses! ¿Cuántos llevamos ya? ¡Esto es una plaga!
-Es cierto. Me temo que el poder de Darío ha llegado a su fin…
-¡No digas eso ni en broma! Me voy a avisar a Saúl.
Las voces se callan, pero un terrible mensaje dejan en el aire.