La pesada oscuridad se filtra en mis pulmones provocándome una fatiga desmesurada al correr. Aun así insisto, debo avisar a los adultos de la grave situación en la que se encuentran mis amigos. Ellos sabrán que hacer.
Avanzo un par de calles más y enseguida distingo las primeras luces que muestran un lugar conocido para mis ojos. Me alegro tremendamente. Correr a oscuras no es grato para nadie, pero además está esa terrible sensación, como si cargara sobre mis espaldas veinte kilos. Es el aire que pesa dentro mí… Una vez cruzo el umbral hacia la luz, todo vuelve a ser igual: el tiempo vuelve a correr y la angustia se disipa. Ya estoy a salvo.
Enseguida llego a la casa de Danny. Golpeo la puerta varias veces, con desesperación. Cuando me abren me miran con terror. Me preguntan qué ha pasado, pero yo no puedo responder mientras no recobro la serenidad. Me apoyo las manos sobre las rodillas y me agacho, encogida.
-Están en las calles de al lado de la fábrica abandonada -pronuncio a malas penas-. ¡Ir a ayudarles! ¡Creo que hay un ogro con ellos!
El rostro de Kathy se contrae, preocupado.
-¿Está Simón con ellos?
Asiento abatida. Pero, contrariamente a lo esperado, el padre de Danny agarra a Kathy del brazo y se la lleva con el resto de adultos.
La espera se hace eterna. ¿Por qué no han salido corriendo a buscarlos?
Cuando vuelven, su decisión me deja helada: ¡No van a ir a buscarlos hasta mañana! Han hablado de lo peligroso que sería ir ahora. Pero… ¿y ellos qué?
-No podéis hacer eso. ¡Están en peligro!
-Mañana a primera hora saldremos todos a buscarlos. Esta noche nos quedaremos todos aquí. Ahora descansa. -me ordenan.
¿Pero cómo pretenden que descanse si están mis amigos en peligro? Quedo totalmente desconcertada. Finalmente acepto la decisión y me dirijo al salón, donde se encuentran los niños ya durmiendo en el suelo.