Miro al mundo tal y como es, sin paredes que lo oculten, ni barreras que me protejan. Es una masa de aire negro, infinito en toda su extensión y frío. Hay una luz lejana, tan lejana que no puedo distinguir qué ilumina y dónde ilumina, pero ahí está y me confirma la existencia de otros lugares habitados.
Sigo hacia delante, hacia la infinita y fría oscuridad. Yo soy el único que se ha decidido a continuar hacia delante con paso firme. Los demás se han quedado atrás, expuestos a que den con ellos y frustren la huida. Mis pulsaciones se disparan, mi visión se extiende hacia delante: ¡Yo sí conseguiré la libertad!
Comienzo a caminar con mas velocidad. La oscuridad me engulle, pero no me importa. Abro los brazos, me uno a ella, al aire que no nos permiten respirar, al horizonte que no nos permiten ver, al destino que no nos dejan explorar… Desde hoy mismo seré yo el único poseedor de mi destino. Mi camino me conducirá hacia un bien o hacia un mal, que sólo mi destreza y la suerte tomarán parte. ¡Por fin!
El cielo está cubierto de estrellas preciosas, como gemas plateadas a punto de estallar, luminosas y parpadeantes. La luna, con un extraño color rojizo, también se puede ver majestuosa en el horizonte. Y el dulce murmullo de la noche da un excepcional encanto a la maravilla que estoy descubriendo.
Me invade una sensación de felicidad. ¡Por fin he conseguido cumplir mi sueño! Pero debo estar alerta: no debo olvidar que me encuentro fuera de toda concentración humana y aquí es factible encontrar enemigos. Aunque de momento me encuentro totalmente solo. Tan solo, que no están ni mis compañeros. Ellos quedaron atrás hace rato. «Cada uno que se cuide de sí mismo.» Pienso.
Al mirar hacia la derecha, la sonrisa estalla en mí. Contemplo un conjunto de puntos centelleantes, reflejos de las hermosas estrellas. Se trata del río Carim, para guiarme. Cuando me acerco para notar el agua sobre mis manos y mi rostro… un golpe en la cabeza me desploma sobre el río. Al caer, creo ver una figura oscura, encapuchada, con un candil…